El evento de Tunguska: el mayor impacto conocido de un asteroide Copiar al portapapeles
POR: Antonio Medina
30 junio, 2024
El 30 de junio de 1908, un asteroide de aproximadamente 37 metros de ancho, entró en la atmósfera terrestre y estalló en el cielo creando una explosión equivalente a la de la energía liberada por 185 bombas atómicas como la que terminó con la II Guerra Mundial en Hiroshima.
Conocido como “El evento de Tunguska”, este feroz impacto cerca del río Podkamennaya Tunguska, en la región de Siberia, es un suceso muy importante, tanto así, que la comunidad científica continúa hablando y debatiendo acerca de este tema a más de un siglo de haber ocurrido. Este es el mayor impacto conocido en la historia reciente de un asteroide en la Tierra, y el único cuyos testigos vivieron en carne propia el calor y la onda expansiva generada por la explosión.
La primera expedición científica que llegó a este lugar se dio hasta 19 años después de ocurrido el impacto. En 1927, Leonid Kulik, curador principal de la colección de meteoritos del Museo de San Petersburgo dirigió la expedición al lugar de los hechos. En un principio los habitantes del lugar se mostraron poco cooperativos con Kulik y su gente, pues pensaban que el evento de Tunguska había sido una visita del dios Ogdy, que había bajado a la Tierra para maldecir esta región.
Ochenta millones de árboles derribados
Cuando por fin llegaron al lugar del impacto se encontraron con un área de aproximadamente 2,100 kilómetros cuadrados de bosque devastado y dividido completamente en dos. Ochenta millones de árboles habían sido separados y derribados en un patrón radial.
Cuando Kulik y su equipo llegaron al epicentro del impacto descubrieron que, a diferencia de lo que habían visto durante todo el camino, en el centro los árboles se encontraban de pie, aunque sus hojas y cortezas habían sido totalmente removidas. El mismo Kulik lo describió como: “un bosque de postes telefónicos”.
Este fenómeno se vio de nuevo 38 años después en las ruinas de Hiroshima. Según los científicos este efecto responde a que dichas explosiones liberan tanta energía que generan ondas de expansión tan rápidas que son capaces de romper las ramas de un árbol antes de que estas puedan transferir el impulso del impacto al tronco.
Una roca de 37 metros y 110 mil toneladas
El impacto de Tunguska fue monumental, la magnitud de la explosión fue tal que generó una onda expansiva que pudo ser registrada por barómetros sensibles en lugares tan lejanos como Inglaterra. Se formaron nubes tan densas en la región que reflejaban la luz solar por detrás del horizonte, iluminando en medio de la noche comunidades enteras. La población de renos, que representaban el sustento de muchos de los ganaderos de la región, se vio disminuida drásticamente, aunque no existió evidencia concreta acerca de la muerte de ninguna persona.
Aún hoy en día la comunidad científica no se pone completamente de acuerdo acerca de lo que pasó esa mañana en Siberia. La teoría más aceptada es que una roca espacial de alrededor de 37 metros de ancho y un peso de alrededor de 110 mil toneladas penetró la atmósfera a una velocidad de 53,900 kilómetros por hora. Durante su caída, este monumental asteroide calentó el aire a su alrededor hasta alcanzar los 24,700 ºC, por lo cual los habitantes de la zona describieron el suceso como: “un cielo ardiendo por completo”.
Un impacto sin cráter
Aproximadamente a las 7:17 am (hora local de Siberia) y tras haber llegado a los 8,500 metros de altura, la combinación de presión y calor provocaron que el asteroide se fragmentara y explotará en el cielo, liberando una enorme bola de fuego y una cantidad de energía sin precedentes. Esta es la razón por la que no existe un cráter como tal, pues el asteroide nunca llegó a tocar la superficie terrestre.
Es probable que aún tengamos que esperar cientos de años para volver a presenciar un fenómeno similar al evento de Tunguska, pues según el departamento de Objetos Cercanos a la Tierra del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, un asteroide del tamaño de Tunguska penetra la atmósfera de la Tierra una vez cada 300 años. De ahí la importancia de este evento astronómico que ocurrió hace 113 años y que inspiró que desde el 2016 se celebre el Día Internacional del Asteroide.